DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO
En el Antiguo Testamento el libro del Eclesiástico propone como sabio consejo Divino la humildad, como la gran virtud humana, casi más valiosa que la generosidad. Con ella el hombre podría alcanzar el favor de Dios, su misericordia y su sabiduría. Y esa sabiduría que brota no del orgullo humano sino del mismo Dios le permitirá distinguir entre la verdadera sabiduría humana y no las falsas pretensiones o repugnancias del cínico, al que no se debe adular ni seguir.
Dios da la enseñanza a su pueblo de su predilección por los más pequeños, por eso el salmista recoge esa expresión manifiesta en los más pobres, huérfanos, viudas, cautivos y desvalidos como invitados a su casa y santa morada.
Precisamente la figura de un banquete, y en el contexto de una comida en la casa de un fariseo le permite a Jesús darnos su enseñanza de cómo algunos solo buscaban los puestos de privilegio y si hay otro invitado más importante sería una vergüenza ser corridos al último puesto. Todo lo contrario si no buscamos pretensiones, ni buscamos preferencias podríamos más bien ser gratificados y mejor reconocidos.
La frase célebre del Evangelio es más que clara: “Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Lo que nos deja claro que la presunción o aparentar más de los que somos, sabemos o tenemos, no es agradable a Dios y tampoco a los hombres. Veámoslo en la propia experiencia de vida, como nos sentimos ante alguien que solo presume y raja de lo que tiene o peor de lo que no tiene…
También el Evangelio es claro en cuanto al no hacer las cosas por recibir el halago social o la gratitud a cambio, por eso se dice que al invitar a una comida no lo hagamos solo con aquellos que nos agradan o a los opulentos que nos corresponderán igual, sino a aquellos que no pueden pagarlo o corresponderlo, eso sería verdadera caridad y la posibilidad de ser recompensados en el cielo.
Nuestra sociedad se guía mucho por las apariencias aunque muchas veces no sean ni ciertas, y pensamos que la calidad de un ser humano se mide por sus títulos, inversiones, bienes o por donde viva y lo que lleve puesto. Eso no solo desvirtúa la verdadera grandeza humana sino que empobrece la verdadera vida espiritual. Si algo nos enseñan muchos grandes santos es que su principal huella de santidad es la humildad: San Francisco de Asís, San Martín de Porres, la Madre Teresa de Calcuta etc... Hoy brillan como grandes luminarias de la fe, justamente por su sencillez y humildad. Y por supuesto el ejemplo pleno como lo enseña la segunda lectura es el mismo Jesucristo, que asume nuestra humilde condición humana, sin hacer alarde de su categoría de Dios.
El camino de la grandeza humana y del verdadero crecimiento espiritual del cristiano es la humildad, vivámosla en todas las dimensiones de nuestra vida, empezando por la vida familiar. Pidamos la humidad en todos los miembros del hogar para derribar así esos grandes muros de soberbia, orgullo, vanidad y presunción que afectan a la familia y su mejor realización social. Que nuestra familia sea cuna y escuela de humildad y sencillez para heredar a nuestros hijos la mejor enseñanza y armas para la vida.
Lecturas
Palabra de Dios
R/. Preparaste, oh Dios, casa para los pobres
Los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor;
su nombre es el Señor. R/.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece. R/.
Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres. R/.
Palabra de Dios
Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Palabra del Señor
De ustedes servidor.
P. Daniel Vargas.