Esta magistral obra de Miguel Ángel, ubicada en la capilla Sixtina del Vaticano, nos hace recordar, que así como todo tiene un principio, y desde la fe profesamos que es Dios, también hay un final y por ende para todo cristiano debe ser el estar con Dios eternamente.
Hablar del final de algo no es un tema que nos agrade, es más grato pensar en el inicio de cualquier cosa: un nacimiento, el inicio de un proyecto, el noviazgo o matrimonio que comienza, mi nuevo trabajo o el viaje que inicio.. pero es inevitable que en la vida, lleguemos a esta etapa del camino, su final.
¡Pero porque hablar de lo final si eso asusta, mejor vivamos el momento y ya! Precisamente la liturgia de este Domingo 33 del tiempo ordinario, nos presenta los temas escatológicos, o sea de las cosas últimas, pues estamos a punto de culminar el año litúrgico, el próximo domingo con la fiesta de Cristo Rey. Por eso se nos viene a recordar la importancia de no perder nuestro horizonte eterno, pues si precisamos bien cual es nuestra meta no nos perderemos en el camino.
TEXTOS BÍBLICOS:
-Dn 12, 1-3.-Sal 15, 5.8-11.
-Hb 10, 11-14.18.
-Mc 13, 24-32.Vemos como desde el Antiguo Testamento, ya el profeta Daniel anuncia la salvación del pueblo de Dios, la figura del arcángel Miguel, habla del poder y la justicia de Dios que traerá la esperanza a los sabios y justos que vivieron según el Señor por toda la eternidad. Por eso el pueblo de Yavhé busca en el Señor su refugio y liberación.
Ya con el Nuevo Testamento en las manos podemos entender desde la teología, que para que llegue esa salvación eterna deben preceder los temas escatológicos: fin del mundo, segunda venida de Cristo, juicio final, resurrección para la vida o para la muerte eterna.
Fin del mundo:
Esta es la imagen fatalista y llena de sensacionalismo con la que se nos anuncia el fin del mundo. ¿Será así solo miedo, terror y espanto? ¿Cómo si fuera la furia desencadenada de un Dios que reprimió su enojo hasta que por fin lo desata contra toda su creación pervertida?
Si leemos de manera fundamentalista este texto de Marcos y aplicamos su sentido literal pues así nos podría parecer. Y claro que calzaría con tantos profetas de desgracias o con tantas imágenes del desastre natural que a menudo vemos en las noticias y que se suscitan todos los días en la vida real.
El mundo hermosa creación de Dios tal y como lo conocemos llegará a su final, sin que nadie pueda precisar el momento preciso, quienes se han atrevido a profetizarlo concretando fechas y horas no han hecho más que el ridículo. Su final pasará, porque en la eternidad la materia, la forma, el espacio, el tiempo, aspectos que ahora son tan importantes, ya no lo serán. El mundo fue como el escenario que Dios nos hizo para vivir esta experiencia de vida mortal. Y precisamente como tenemos claro que un día todos tenemos que morir, de igual manera todo se acabará y no será ya necesario, la eternidad es con Dios en una realidad distinta llamada el cielo. Para una sociedad que confiaba tanto en los astros y los endiosaba, el evangelista deja claro, que son criaturas, subordinadas a su gran Creador y pasarán como todo lo demás. La gran tribulación previa supone que el camino de perseverancia hasta el final implicará dolor, sufrimiento, cruz.
Segunda venida de Cristo:
La parusía, o segunda venida de Cristo, nos refiere como dice el texto de Marcos a que veremos venir al Hijo del hombre, sobre las nubes con gran poder y majestad. Así como los discípulos lo vieron irse y perderse en las nubes en la ascensión, después de confiarles su misión, así volverá lleno de gloria. Una imagen totalmente distinta de la primera venida en la humildad de Belén. Ahora aparece magnánimo, cual rey eterno, para culminar el ciclo de su misión, que a la vez nos confió a nosotros su continuación en esta tierra. Por eso esta imagen no debe espantarnos como quien es sorprendido, pues nos lo había avisado y hasta nos recomendó estar atentos pues podría llegar cuando menos lo esperemos, como un ladrón. Es el que nos dijo que nos dejaba no como siervos que no saben lo que quiere su Señor, sino como amigos, a quienes les confiaba el anuncio y la construcción de su Reino. ¿Lo hemos anunciado y construido para ÉL? Será hermoso, si a su llegada le podemos ver con la frente en alto, cual amigo cercano que aunque le hubiese fallado, sabe que el amor de su amigo es más grandes que todos sus errores, por eso le añora y recibe con gratitud y ansiosa alegría. Aunque viene como juez eterno, sabemos que lo hará desde la justicia y la misericordia divina, pues retomará nuestras culpas lavadas en la sangre derramada por nosotros en la cruz. Su corona ya no es de espinas, ahora es gloriosa, la que no se marchita y quiere compartir con nosotros, como nos lo presentó la carta a los hebreos
Juicio final:
"Enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte." La palabra "juicio" nos asusta talvés más que la misma palabra "final". Pues nos pone de cara a un juez ante el cual no servirán recursos legales, ni estrategias de abogados, o simular inocencias si no existen. Es Jesucristo el Juez y Señor de la Gloria, que juzgará nuestras vidas. Nos han dicho que estemos preparados y sepamos leer los signos de los tiempos, ¿Ya sabes que le responderás, cuál será tu defensa? lo que nos preguntará es muy fácil: ¿Viviste el amor que te enseñé? o sea: diste de comer al hambriento, vestiste al desnudo, visitaste al enfermo o encarcelado, perdonaste de corazón...... Por eso hermanos más que un discurso de defensa, nos dice estás a tiempo, de cambiar tu estilo de vida, se menos egoísta, más servicial, más generoso, da lo mejor de ti a los demás y así en el juicio final te podrá decir: ven bendito de mi Padre.... valió la pena el haber derramado mi sangre por ti.
En nuestras dimensiones terrenas nos puede parecer difícil que pueda reunir a todas las personas de todo el mundo y de todos los tiempos, ven porque era necesario el fin del mundo tal como lo conocemos, todo será nuevo y posible para el que es perfecto y omnipotente.
Será un juicio universal (para todos sin excepción), pero también particular, pues nos juzgará a cada uno según nuestras obras, las que deben corresponder al haber sido redimidos y justificados en su sangre. Es Cristo que asumiendo a toda la humanidad en su sacrificio de amor nos presentará al Padre para la sentencia eterna. ¿Cuál podría ser esa sentencia, de condena o de salvación eterna? Vida perpetua o ignominia perpetua, los llamó el libro de Daniel.
Tratemos de descartar la opción del infierno:
Y sobre todo de esta típica y macabra imagen, que nos ubicó el infierno, como un lugar de castigo. Claro que sería un castigo no poder heredar la vida eterna para la cual fuimos creados, pues de Dios venimos y a él debe orientarse nuestra vida. Más debemos entender:
-que no es Dios quien nos castiga, pues su mayor deseo es nuestra salvación, sino que solo nos condenaríamos si nos obstinamos en el afán del mal en ves de seguir guiados por su gracia en el camino del bien.
-que no es un lugar medido por el espacio o el tiempo, sino que es un estado, o sea que fui creado para estar con Dios en la eternidad y no poder estar con él sería el peor dolor o castigo que se pueda imaginar, en la reflexión de la Iglesia se recurrió a la figura del fuego para simbolizar esa fatalidad. Esto sería la muerte eterna, pues fuera de Dios no hay vida, ni esperanza, ni bienestar alguno.
-Quienes estén o vayan ahí no nos toca a nosotros definirlo, solo Dios en su misericordia infinita conoce los corazones de cada uno, sus intenciones o sincero arrepentimiento.
Y ¿qué pasa si muero y no me encuentro en gracia con Dios, voy directo a los infiernos? Como decía sólo Dios puede juzgar el arrepentimiento real de cada uno, hasta el último momento, pero para reafirmar la idea de ese amor salvador y misericordioso de Dios la Iglesia profesa su fe en el purgatorio, como la posibilidad de purificar nuestras almas antes de ese juicio definitivo.
El diablo es la personificación del mal, nos representa la desobediencia plena de vivir no según Dios, sino según nuestro capricho malintencionado.
El cielo, la vida con Dios:
Cualquier imagen se nos queda corta, para poder visualizar que sería la eternidad, o la vida con Dios para siempre. Igualmente es un estado no un lugar. Talvés de niños nos quedamos con esa imagen romántica de nubes y angelitos tocando arpas. El cielo es la perfección, donde ya no hay limitación alguna de las tantas que vivimos en este mundo (tristezas, dolor, problemas, traición, angustia...). Todo lo que aquí nos parece hermoso se desvanece ante la perfección de lo que será el cielo. Jesús en su misterio pascual nos ha abierto el camino y nos hace vivir para siempre con él, en lo que Él llama la casa de mi Padre, es la figura más hermosa que nos hace sentir que retornamos al seno de la familia, a nuestro lugar de origen, a donde pertenecemos, después del peregrinaje por este mundo. Lo físico, lo corporal, que aquí tanto nos preocupa trasciende a lo espiritual. Lo material que tanto nos mortifica pierde todo su sentido. Allí hay alegría perfecta y paz.
Pensar en las cosas últimas, no nos debe llenar de miedo, sino reforzar la convicción de que vale la pena hacer bien el camino, así como el atleta que pensando en su meta hace su carrera de la mejor manera.
Tampoco pasemos de largo, como algo que quizás nunca pase o no tiene nada que ver con nosotros, pues parte de nuestra vida y de nuestra experiencia de fe.
No pasemos indiferentes como estos turistas ante lo que nos espera, pues Jesús el Rey Eterno nos espera para abrazarnos eternamente en su amor.
Con el cariño de siempre.
P. Daniel Vargas.